lunes, 27 de junio de 2016

Esto de la corrupción ya nos tiene chinos...*



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Desde el año pasado parece haberse disparado una fiebre en torno a la corrupción. Algo que, sin la más mínima duda, es una conducta condenable, pero que de todos modos atraviesa la historia del país desde la época de la colonia española, ahora pasó a ser una nueva plaga bíblica. ¿Llamativo, verdad?

Si efectivamente estuviéramos ante una genuina crítica a la corrupción podríamos alegrarnos: eso sería muestra que algo está cambiando en la sociedad guatemalteca. Pero la fanfarria pirotécnica que hay en torno a todo esto abre serias dudas. 

¿Cambió realmente la sociedad? Hay elementos que permiten pensar que existe más montaje político-mediático que otra cosa. ¿Desde cuándo el embajador de los Estados Unidos está tan interesado por algo así, ayudando a cambiar ese “mal” que tiene empobrecido a los guatemaltecos? ¿Desde cuándo y por qué los medios de comunicación comerciales están tan preocupados por el tema? (los mismos medios que criminalizan las protestas populares en otros ámbitos, como las luchas campesinas o sindicales). ¿Cómo es eso de una comisión internacional de las Naciones Unidas, financiada por las potencias capitalistas, ayudando a combatir el flagelo? La actual Fiscal General, claramente de derecha, elegida en reemplazo de una abogada acusada de “guerrillera”, metió presos más delincuentes de cuello blanco que Claudia Paz, que promovió el juicio por genocidio. Algo huele mal.

La historia de Guatemala es una historia de explotación inmisericorde, de exclusiones sociales, de impunidad ¡y de corrupción! Desde la llegada de los ávidos y sangrientos conquistadores españoles, la corrupción marca la historia. La compra-venta de títulos nobiliarios y la corrupta relación de los funcionarios coloniales con la metrópoli hispana dan cuenta de esa dinámica. La corrupción no nació con Pérez Molina y Roxana Baldetti, ni con Vinicio Cerezo: es algo más profundo, cultural, incorporado en la “normalidad” de lo cotidiano. ¿Cuántos de los que están leyendo esto no “pistearon” para conseguir su licencia de conducir, o compraron facturas para evadir impuestos ante la SAT? 

La idea que los funcionarios públicos de alto nivel son ladrones y corruptos es una inveterada frase hecha. En muchos casos ello es así. Pero sucede que quedarse solo con esa noción es ver el árbol perdiendo de vista el bosque. No hay dudas que la corrupción existe (pensemos autocríticamente en muchas de nuestras prácticas cotidianas. ¿Nunca dimos “mordida”?); ahora bien: la pobreza estructural e histórica de la sociedad no es producto de la corrupción. Y ahí es donde justamente debemos ser críticos.

¿Qué hay detrás de toda esta cruzada anticorrupción, que ahora incluso llega a hablar de cooptación del Estado? ¡Increíble! El mismo Estado que masacró 245,000 personas hace unos años, que permitió vender a precio de remate empresas públicas (¿eso no es corrupción también?), que ahora aprueba un salario mínimo que no cubre ni siquiera la mitad de la canasta básica, que reprime las protestas populares de ciertos sectores, ¿ahora es “protegido” por esta lucha contra prácticas corruptas? ¿Desde cuándo esa preocupación?

Insistamos: algo huele mal. Cuando se disparan esas olas mediáticas tan abrumadoras, tal como ahora es esta insistente prédica contra el espacio de la corrupción, debemos pararnos a ver qué agenda se juega ahí. La de los amplios sectores populares por siempre olvidados pareciera que no. 

La pobreza histórica en que están cerca de dos tercios de la población tiene raíces distintas y más profundas que la corrupción: ¡tiene que ver con la forma en que se reparte la riqueza nacional!

Es curioso la forma en que la prensa “ataca” el tema de la corrupción: con Vinicio Cerezo parece que se alcanzaron cotas inauditas. Con Álvaro Arzú (cuando se remataron las empresas públicas) ese no fue tema preocupante. Pero sí lo fue con Alfonso Portillo (quien luego cayera preso. De Arzú y sus negociados –acordémonos lo del Campo Marte, por ejemplo–¿quién habló de juicio acaso?) Con Oscar Berger ¿desapareció esa lacra? Lo cierto es que en su período no se habló mayormente del tema, pero sí reaparece con el gobierno de la UNE. Ahora, con el anterior binomio presidencial, asistimos a este renovado festín. 

Lo que pensamos en términos políticos cada vez está más determinado por la industria mediática (eso afirmó la encuestadora Gallup, nada sospechosa de “izquierdosa” precisamente). ¿Es la corrupción nuestro principal flagelo, o hay ahí una enorme manipulación?



Entrevista a Ramón Martínez, politólogo ¿Caos en Venezuela?, o ¿manipulación mediática?


Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com, 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Según la prensa comercial mundial, Venezuela vive hoy un caos sin precedentes. De acuerdo a esa matriz de opinión, globalmente generalizada, el país se encuentra colapsado, y la única salida posible es la retirada del gobierno del actual presidente, Nicolás Maduro, para lo que se impulsa un referéndum revocatorio. 
No hay dudas que la situación diaria del ciudadano venezolano de a pie está complicada: se asiste a un proceso de desabastecimiento profundo, con precios que se han disparado por las nubes, y un gobierno que, más allá de la declaración de socialista, no está dando todas las respuestas que la población requiere. Desde sectores de izquierda, que no se desentienden del proceso bolivariano abierto por Hugo Chávez pero que lo acompañan críticamente, se proponen alternativas. Lo que propone la derecha por supuesto que no es solución para las grandes mayorías populares: es solo el fervoroso deseo de terminar de una vez por todas con un proceso político donde perdió protagonismo y, al menos para Washington, puede peligrar a futuro el manejo de los pozos petroleros (peligrar, por supuesto, para su geoestrategia de dominación). Evidentemente, la revolución pasa por un momento difícil. En concreto: no hay avances hacia el socialismo (se mantiene la economía de mercado, y quien dirige las palancas de la sociedad venezolana sigue siendo el gran capital). Según esa prensa pro capitalista, la experiencia de este “socialismo del siglo XXI” es un desastre fenomenal, con lo que ratifica que todo socialismo es sólo pobreza y penurias para la población. Detrás de ello, claro está, se encuentra la voracidad del imperio estadounidense, que no desea perder las reservas de petróleo más grandes del mundo, las que considera como parte de su “patio trasero”. De ahí que la imagen generalizada que se ofrece de Venezuela es de una dictadura intolerante, caótica, ineficiente y corrupta, que hambrea y reprime a su gente. La derecha nacional, nucleada políticamente en la opositora MUD -Mesa de la Unidad Democrática- hace el coro a esa iniciativa impulsada por Estados Unidos. En definitiva: terminar con el experimento chavista y volver a los tiempos donde el petróleo era manejado por una tecnocracia favorable a los planes del imperio, con Miss Universos a la orden del día y la imagen de una sociedad “democrática y feliz” (cosa que, por supuesto, nunca existió).
De todos modos, para intentar mostrar una cara distinta a la que ofrece la industria mediática global (de derecha, por supuesto), nos parece oportuno dar la voz a otra visión. De ahí que aquí presentamos una entrevista realizada a Ramón Martínez, fundador y director del portal digital COLAREBO -Comunidad Latinoamericana Revolucionaria Bolivariana- y analista político, quien puede ofrecer una mirada más objetiva sobre la actual realidad venezolana.
Está claro que lo que vive el país caribeño no es, en términos estrictos, un proceso socialista. El mismo entrevistado lo afirma: «ninguno de estos son gobiernos socialistas en sentido estricto; no son marxistas en sentido clásico, pero sí impulsan mejoras para las grandes mayorías populares. No son gobiernos que llegaron a través de una revolución socialista, pero sí están en contra de las políticas imperiales. Esto le duele a la derecha». Sin embargo, por una cuestión de soberanía mínima, de dignidad y respeto a la autodeterminación y soberanía de los pueblos, nadie tiene derecho a entrometerse en estos asuntos internos que solo los venezolanos deben decidir. 


______________

Pregunta: ¿Cómo es ese caos que tanto publicita la prensa comercial por todas partes? ¿Es invivible el país? ¿Qué está sucediendo en realidad? 

Respuesta:Se dicen muchas cosas de Venezuela: que es un caos, que aquí nada funciona, que se vive bajo una dictadura. Todo eso es parte de una guerra que se lleva en contra del proceso bolivariano, que ya lleva 17 años intentando construir una nueva sociedad. No se puede dejar de tener en cuenta que esos cambios se vienen realizando dentro del marco de un sistema democrático, donde la gran mayoría de la población eligió ese camino a través de un voto. Es decir: la población quiere esto, por eso lo eligió democráticamente. El proceso bolivariano se sostiene genuinamente del voto popular. Desde que ganara el presidente Hugo Chávez en 1998, continuamente se han venido haciendo elecciones abiertas, limpias y transparentes, y es el pueblo el que ha venido eligiendo esto que tenemos. Aquí no hay ninguna imposición. El gobierno que se abrió desde entonces ha traído una serie de mejoras a la población; eso es incuestionable. Por eso es imposible hablar de caos. El caos, en realidad, lo constituían los gobiernos anteriores, lo que se llamó la IV República. Con la llegada del comandante Chávez comenzó un proceso de rescate de la soberanía nacional para beneficio del pueblo venezolano. Por eso su gobierno recibió todo tipo de ataques: intento de golpe de Estado, sabotaje petrolero, continuo acoso por todos los medios. No hay que olvidarse que Venezuela está en la mira de la voracidad capitalista externa, pues es la principal reserva petrolífera del mundo, disponiendo también de grandes reservas de gas y de coltán, el llamado oro azul, además de otros minerales estratégicos. Pero además de eso, Venezuela ha contribuido durante estos últimos años a crear una nueva visión de Latinoamérica ante el mundo y ante el imperio estadounidense, poniendo en marcha procesos como el ALBA, la UNASUR y la CELAT. Todo esto dejando de lado a Estados Unidos, mandando un mensaje de independencia, de no injerencia. Ello, entonces, le ha valido la declaratoria de guerra por parte del imperialismo norteamericano. De ahí viene todo este ataque mediático de desprestigio y confrontación, que en realidad hace ya años existe, pero que ahora ha arreciado. Así vemos el actual eje Washington-Madrid-Bogotá actuando a toda máquina para derrocar al proceso bolivariano. La derecha internacional esperaba que con la muerte de Hugo Chávez y la llegada de Nicolás Maduro a la presidencia se cayera todo lo construido en estos años y se diera marcha atrás con los avances de la revolución. Pero no fue así. Maduro ganó democráticamente la presidencia. El proceso bolivariano siguió adelante, aunque con grandes dificultades, por el acoso continuo al que se vio sometido, por las presiones y los ataques repetidos en todos los ámbitos. 

Pregunta:Hablemos un poco de esas dificultades. ¿Cómo está la situación en el día a día para el venezolano de a pie? 

Respuesta:Producto de toda esa presión no hay dudas que se ha creado una situación donde existen problemas, muchos problemas. Es cierto que hay una situación económica difícil, muy complicada para la población. La baja de los precios del petróleo a nivel internacional representó un golpe duro para la economía nacional. Lamentablemente seguimos siendo un país rentista, sin producción propia, y dependemos de las importaciones en casi todo, aún en los alimentos. El precio del barril de petróleo cayó a 20 dólares como producto de la manipulación de las bolsas de valores que intentan bombardear a Venezuela [así como a Rusia y a Irán, todos grandes productores petroleros], habiendo llegado a estar cerca de 200 dólares en otro momento, y eso desarticuló en muy buena medida la economía.
Asistimos también a un desabastecimiento programado. Hoy existe una economía paralela en el país, siendo determinados grupos los que manejan los productos de primera necesidad. Los “bachaqueros”, como se les llama, son los que controlan eso: la harina-pan, el arroz, la pasta. Ellos son los que crean el desabastecimiento y elevan los precios por las nubes. Para darse una idea: un kilo de harina-pan, con lo que se hace la arepa, la comida nacional por excelencia, según el precio regulado por el gobierno está a 200 bolívares, y los bachaqueros la venden a 2.500 bolívares. O un litro de leche, que según el precio regulado anda por los 300 bolívares, los especuladores la venden hasta en 4.000 bolívares. Todo eso genera mucho malestar e inestabilidad en la población. Se producen largas colas para adquirir los productos de primera necesidad subsidiados por el Estado. Y ahí existe un problema muy importante que hay que destacar: en esas colas trabajan las mafias de los bachaqueros, azuzando a la población sobredimensionando el malestar, atacando al gobierno, descalificándolo. Ante ello el gobierno bolivariano ha reaccionado creando lo que se llaman CLAP: Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Con estos mecanismos se intenta remediar la situación, distribuyendo los productos básicos que las mafias hacen desaparecer de los estantes. Los conforman los Consejos Comunales, el Frente Francisco de Miranda, la Unión Nacional de Mujeres y distintas organizaciones locales que están con la revolución. Con esto se mitiga la acción de desabastecimiento que la derecha está realizando, llegando así a vastos sectores populares. Hay problemas con la carne vacuna y de pollo, porque las grandes empresas privadas que importan esos productos participan también del desabastecimiento. De hecho, esas empresas son los principales bachaqueros que atacan al gobierno, especulando con los precios, vendiendo a lo que se les dé la gana, o simplemente sacando los productos del mercado produciendo un caos, pues si faltan los alimentos básicos, la población se desespera. 
Una de las principales redes de especulación la maneja el Sr. Lorenzo Mendoza, el mayor empresario de Venezuela, dueño de las compañías Polar, que produce cerveza, y dedicado igualmente a la importación de diversos productos. El gran problema es que hay poca producción nacional, y la mayor parte se compra afuera, por lo que el Estado queda a merced de estas empresas privadas, las que especulan a sus anchas. Eso demuestra un problema estructural básico del país: se sigue viviendo de la renta petrolera dejándose de lado la producción propia. Por eso, en este momento el gobierno está impulsando los huertos urbanos, como una forma de ir introduciendo una nueva cultura, para salir del rentismo petrolero y no depender de las importaciones. De ahí que una muy buena parte de la población urbana ha comenzado a producir hortalizas y verduras en pequeños huertos hogareños: lechuga, tomate, cebollín, pimentón. Esos son principios paliativos para enfrentar la crisis actual.

Pregunta: La prensa comercial, los grandes medios de comunicación que moldean la opinión pública, hablan de represión del gobierno contra la población que busca desesperada sus alimentos básicos. ¿Cómo está eso? 

Respuesta:A la derecha lo que menos le importa es la gente, el ciudadano común de carne y hueso, el pobrerío. Lo único que quiere es sacarse de encima al gobierno bolivariano; por eso implementa toda esta política de agresión contra la revolución, el desabastecimiento, la polarización, la denuncia de desgobierno y caos con que inundan todo el espacio mediático. En definitiva, si alguien sufre con todo eso, es la misma población a la que la derecha dice defender y por quien supuestamente está preocupada. Lo que la derecha impulsa es la salida del presidente Maduro a través de un referéndum; para eso le sirve este caos económico que está produciendo. El desabastecimiento y la inflación traen malestar, sin dudas. Y efectivamente ha habido protestas de la gente, porque el desabastecimiento y las largas colas molestan, eso es claro. Pero lo que circula por los medios masivos de comunicación es falso: es una exageración, una manipulación interesada. Mucho de ese malestar se debe a provocadores que incitan a la población, cuando llegan a las colas y gritan contra el gobierno, protestan contra el hambre como supuesto producto de la ineficiencia de Maduro y de esta “dictadura castro-comunista que nos tiene sojuzgados”. Por supuesto que todos esos manejos intentan llevar a la desesperación; y en cierta forma lo logran. Luego llega la prensa y habla del caos. Ha habido muertos, es cierto, pero eso es producto de esos enfrentamientos un poco artificiales que los provocadores incentivan. No es cierto que haya una abierta represión contra la población. Estamos absolutamente lejos de un Estado represor que dispara contra su población. 

Pregunta:¿Cuáles son las consecuencias políticas de todo este malestar para el gobierno bolivariano y para el país en su conjunto? 

Respuesta:La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela tiene entre sus artículos un mecanismo que se llama referéndum constitucional. Eso autoriza a que los ciudadanos pueden solicitar el referéndum para cualquier mandatario en cualquier momento, desde un concejal hasta el presidente de la república, siguiendo ciertas normas establecidas. Por ejemplo, se puede solicitar ese referéndum revocatorio a partir de una determinada cantidad de firmas de la población y a partir de la mitad del período de gobierno ya cumplido para el funcionario en cuestión. Todo esto lo organiza el Consejo Nacional Electoral, que es la autoridad en materia electoral en el país. Se necesita un 1% de firmas de ciudadanos del padrón electoral para poder pedir un referéndum revocatorio.Ahora la derecha está exigiendo la salida del presidente Maduro a través de un referéndum, para lo que presentó una cantidad de firmas, agitando las aguas con eso a través de los medios de comunicación. Sin embargo esos listados de firmas deben pasar por un proceso de depuración que hace el Consejo Nacional Electoral, para verificar que sean todas legítimas, viendo si coinciden las firmas y las huellas dactilares. ¿Y qué sucedió? Que se detectó una larga serie de irregularidades en esos listados: alrededor de 11.000 muertos aparecen firmando para pedir el referéndum. Otros 3.000 ciudadanos que están detenidos, y por tanto pierden sus derechos electorales, aparecen firmando también. Además, el Consejo Nacional Electoral detectó inconsistencia en 600.000 firmas de las 1.900.000 firmas presentadas, por lo que oficialmente reconoce un millón 300.000 firmas válidas. Esto demuestra que la derecha política está dispuesta a hacer cualquier cosa, incluso cometiendo ilegalidades, para detener el proceso bolivariano. Aunque ya en este momento los tiempos no le dan para plantear el referéndum, porque hay tiempos fijados por ley, y la derecha los incumplió, se presenta el caso como una negativa del gobierno a aceptar esa supuesta voluntad popular que está pidiendo la salida del presidente. Con ese argumento, tanto dentro de Venezuela como por todo el mundo, levantan el grito de dictadura, acusando al gobierno de no querer transparentarse democráticamente. De todos modos, la gran mayoría del pueblo venezolano ve y se da cuenta cómo es la situación, y reconoce el manejo sucio que está haciendo la oposición, tanto con la guerra económica debida al desabastecimiento como con la forma en que está manejando el tema del referéndum revocatorio. 

Pregunta: ¿Por qué la derecha actúa así, si en términos económicos no está afectada? 

Respuesta:Podemos ver que hay una intención de la derecha internacional de detener cualquier proceso de democratización popular, de avance hacia planteos sociales que le den protagonismo a los trabajadores, por lo que se hace cualquier cosa para detener esos cambios, tal como vemos que se está realizando en Venezuela, en Brasil, en Bolivia, en Argentina. La idea es sacar de en medio cualquier proceso que se plantee soberanía nacional. Sabemos que ninguno de estos son gobiernos socialistas en sentido estricto; no son marxistas en sentido clásico, pero sí impulsan mejoras para las grandes mayorías populares. No son gobiernos que llegaron a través de una revolución socialista, pero sí están en contra de las políticas imperiales. Esto le duele a la derecha, y aquí en Venezuela, aunque las grandes empresas mantienen sus negocios, han salido de la dirección política del país. Eso es algo que no perdonan, y por eso mismo el imperio también reacciona. En definitiva esto permite ver que la derecha económica desea manejar todo, también la esfera política. Lo que no perdonan es la intención de soberanía. 

martes, 21 de junio de 2016

Mujeres condenadas por las religiones



Marcelo Colussi

mmcolussi@gmail.com 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

La cultura machista-patriarcal está hondamente arraigada en todas las sociedades del planeta. Es cierto que ya ha comenzado un cambio, lento todavía, pero sin pausa. De todos modos, es muchísimo lo que resta por avanzar aún. No está claro cómo seguirán esos cambios; en todo caso, en nombre de una justicia universal todas y todos debemos apoyarlos. 

Lo que sí está claro es que las religiones -todas ellas- no juegan un papel precisamente progresista en ese cambio: más que ayudar a la igualación de las relaciones entre los géneros, promueven el mantenimiento de las más odiosas y repudiables diferenciaciones injustas (¿puede haber alguna diferenciación injusta que no se odiosa y repudiable?)

Amparados en la pseudo explicación de "ancestrales motivos culturales", podemos entender -jamás justificar- el patriarcado, los arreglos matrimoniales hechos por los varones a espaldas de las mujeres, el papel sumiso jugado por éstas en la historia, el harem, la ablación clitoridiana; podemos entender que una comadrona en las comunidades rurales de Latinoamérica cobre más por atender el nacimiento de un niño que el de una niña, o podemos entender la lógica que lleva a la lapidación de una mujer adúltera en el África.

En esta línea, entonces, podríamos decir que las religiones ancestrales son la justificación ideológico-cultural de este estado de cosas; las religiones en tanto cosmovisiones (filosofía, código de ética, manual para la vida práctica) han venido bendiciendo las diferencias de género, por supuesto siempre a favor de los varones. ¿Por qué los poderes, al menos hasta ahora, han sido siempre masculinos y misóginos? Esto demuestra que todas las religiones son machistas, nunca progresistas, nunca promueven la equidad real; y si hay diosas mujeres, como efectivamente las hay, la feligresía está atravesada por el más absoluto patriarcado. ¿Cuándo habrá una Papisa? La única que se cuenta en la historia de la Iglesia Católica -Juana I, nunca reconocida oficialmente por el Vaticano- fue linchada. Estamos ahora en el Siglo XXI, donde sin dudas se han empezado a producir cambios en la relación entre géneros, pero la misoginia sigue mandando. 

Quizá en un arrebato de modernidad podríamos llegar a estar tentados de decir que las religiones más antiguas, o los albores de las actuales grandes religiones monoteístas, son explícitas en su expresión abiertamente patriarcal, consecuencia de sociedades mucho más "atrasadas", sociedades donde hoy ya se comienza a establecer la agenda de los derechos humanos, incluidos los de las mujeres, sociedades que van dejando atrás la nebulosa del "sub-desarrollo". Así, no nos sorprende que dos milenios y medio atrás, Confucio, el gran pensador chino, pudiera decir que "La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo", o que el fundador del budismo, Sidhartha Gautama, aproximadamente para la misma época expresara que "La mujer es mala. Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará".

Tampoco nos sorprende hoy, en una serena lectura historiográfica y sociológica de las Sagradas Escrituras de la tradición católica, que en el Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que "El nacimiento de una hija es una pérdida", o en el mismo libro, 7:26-28, que "El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa entre todas". O que el Génesis enseñe a la mujer que "parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti", o el Timoteo 2:11-14 nos diga que "La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio".

Siempre en la línea de intentar concebir la historia como un continuo desarrollarse, y al proceso civilizatorio como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones religiosas antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en oraciones que se remontan a lejanísimas antigüedades: "Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer", o "El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no".

Reconociendo que los prejuicios culturales, racistas para decirlo en otros términos, siguen estando aún presentes en la humanidad pese al gran progreso de los últimos siglos, desde una noción occidental (eurocéntrica), podría pensarse que son religiones "primitivas" las que consagran el patriarcado y la supremacía masculina. Así, ente la población africana, es común que en nombre de preceptos religiosos (de "religiones paganas" se decía no hace mucho tiempo) más de 100 millones de mujeres y niñas son actualmente víctimas de la mutilación genital femenina, practicada por parteras tradicionales o ancianas experimentadas al compás de oraciones religiosas a partir del concepto, tremendamente machista, de que la mujer no debe gozar sexualmente, privilegio que sólo le está consagrado a los varones, mientras que eso por cierto no sucede en sociedades "evolucionadas".

Igualmente desde un prejuicio descalificante puede decirse que la dominación masculina queda glorificada en religiones que, al menos en Occidente, son vistas como fanáticas, fundamentalistas, primitivas en definitiva. En ese sentido, en esa lógica de discriminación cultural, puede afirmarse que los musulmanes ya en su libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse leyendo el verso 38 del capítulo "Las mujeres" del Corán (en la traducción española de Joaquín García-Bravo), que textualmente dice: "Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande".

Incluso podría decirse que si la religión católica consagró el machismo, eso fue en tiempos ya idos, pretéritos, muy lejanos, y no es vergonzante hoy que uno de sus más conspicuos padres teológicos como San Agustín dijera hace más de 1.500 años: "Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios". Curioso modo de ver las cosas, a leerse en clave de psicología, pues el mismo Obispo de Hipona, años atrás, antes de su conversión, cuando era un joven aristócrata sibarita había expresado que "es de mal gusto acostarse dos noches seguidas con la misma mujer". Es decir: la mujer siempre como objeto, y más aún: objeto peligroso. Y tampoco llama la atención que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más notorio de todos los teólogos del cristianismo, expresara: "Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos". Pero, ¿no debe abrirse una crítica genuina de todo esto?

Las religiones ven en la sexualidad un "pecado", un tema problemático. Sin dudas, ese es un campo problemático. Pero no porque lleve a la "perdición" (¿qué será eso?) sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano: la sexualidad fuerza, desde su misma condición anatómica, a "optar" por una de dos posibilidades: "macho" o "hembra". La constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella se construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de lo masculino y lo femenino, yendo más allá de la anatómica realidad de macho y hembra. Esa construcción es, definitivamente, la más problemática de las construcciones humanas, y siempre lista para el desliz, para el "problema", para el síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo entender desde la lógica "normal" que un impotente o una frígida gocen con su síntoma?). A partir de esa construcción simbólica, se "construyó" masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la decadencia. Su sola presencia es ya sinónimo de malignidad; su sexualidad es una invitación a la perdición, a la locura.

En la tristemente célebre obra "Martillo de las brujas" ("Malleus maleficarum") de Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, aparecida en 1486 como manual de operaciones de la Santa Inquisición, puede leerse que: "Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos; saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás". (…) "La facultad que todas tienen en común, así las de superior categoría como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales". No está de más recordar que gracias a instructivos como éste pudieron ser quemadas en la hoguera miles de mujeres en la Edad Media, por supuesta brujería. Fue la idea religiosa en juego la que provocó esto, más allá del declarado "amor al prójimo": la mujer como incitadora al pecado, como puerta de entrada a la perdición. ¿Amparados en qué derechos varones misóginos pudieron, o pueden, mantener esta monstruosa injusticia?

Toda esta misoginia, este machismo patriarcal tan condenable podría entenderse como el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que tienen todavía que madurar (y que, por ejemplo, aún lapidan en forma pública a las mujeres que han cometido adulterio, como los musulmanes, o les obligan a cubrir su rostro ante otros varones que no sean de su círculo íntimo). Pero es realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales donde puede leerse que "La profesión de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos. En el amor desea ser conquistada; para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la ha elegido. Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo contrario, no se hará desear por su marido", tal como puede consultarse en "20 minutos Madrid" del lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8. La idea de "pecado decadente" ligado a las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas de extracción patriarcal.


El actual papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una genuina autocrítica, que evolucionen.

Las religiones, quizá no puede ser de otra manera dado el papel social que cumplen, tienden a ser conservadoras. En eso, las mujeres salen siempre mal paradas: desde el machismo ancestral que nos constituye, todas las religiones hacen de las mujeres el "chivo expiatorio" que refuerza la construcción machista. Aunque ya va siendo hora de romper esos atávicos esquemas, ¿verdad? ¿Por qué la suerte de las mujeres tiene que estar supeditada al parecer de unos cuantos varones misóginos? Cambiar esquemas es algo siempre difícil, tortuoso, complicadísimo. "Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio", dijo sabiamente Einstein. Pero más allá de esas enormes dificultades, es un imperativo ético de toda la sociedad (varones y mujeres) plantearse estos cambios.

miércoles, 15 de junio de 2016

¿Lucha contra la corrupción o contra la injusticia? *



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Desde el año pasado vivimos un clima novedoso en términos políticos: pareciera haberse desatado una gran cruzada contra la corrupción. 

En sí mismo esa pudiera parecer una gran noticia: una sociedad que arrastra una pesada carga de corrupción e impunidad está comenzando a intentar desembarazarse de ese lastre. Encomiable, sin dudas. Ahora bien: ¿hay algo más detrás de esta lucha? ¿Nos quedamos solamente con lo que muestran los medios comerciales?

Si ahí detuviéramos el análisis, podríamos quedarnos con la sensación de estar en un país que está buscando transparentarse, que está intentando construir una nueva cultura política. Pero si profundizamos ese análisis podremos ver que hay algo más que ese desbordante espíritu democrático y anticorrupción que pareciera haber surgido de buenas a primeras. 

Más aún: la forma en que la prensa comercial y buena parte de la derecha política se han apropiado del tema –embajada estadounidense mediante– no deja de ser llamativa. ¿Está cambiando realmente Guatemala? ¿En qué está cambiando? ¿Se trata de una buena estrategia de mercadeo? ¿Quién se beneficia finalmente con todo esto?

Tomando la última pregunta, la respuesta se complica: ¿es efectivamente la población guatemalteca la que gana con todo esto? La primera reacción sería decir que sí. Según esa lógica, ahora el Estado –al menos supuestamente, según la insistente prédica mediática– dispondría de más recursos (los que no se roban) para dedicarse a atender los grandes problemas nacionales. Pero vemos que, al menos en principio, la cosa no es así. 

Pongamos un simple ejemplo: con la Ley de extinción de dominio el Estado comenzó a recuperar bienes mal habidos, para el caso, una finca producto de la narcoactividad. En ese terreno recuperado se construyeron las viviendas que ocuparía la población damnificada por el desastre del Cambray II. Sin embargo la constatación de los hechos nos muestra que esa gente, varios meses después de la catástrofe de marras, aún no ha recibido nada. Y todo indica que pueden venir (¿van a venir?) nuevos Cambray, producto de la vulnerabilidad social histórica que sigue primando. Con menos corrupción, si es que efectivamente la hubiera, ¿no habrías más Cambrayes en el país?

Ahí está el verdadero núcleo del problema: ¿hay urbanizaciones precarias y población excluida solamente porque los funcionarios públicos –muchos, quizá todos, no se sabe bien– se quedan con los vueltos? Esa es la falacia en juego. La sociedad guatemalteca, que tiene un crecimiento económico interanual de entre un 2 y un 3% sostenido desde hace años, que representa el primer producto interno bruto de la región centroamericana, ¿tiene esos niveles de pobreza por la corrupción de los “políticos profesionales” que facturan doble, o porque la oligarquía se queda con la mayor parte del pastel? El 59% de su población bajo el límite de la pobreza, la exclusión histórica de las grandes mayorías y un salario base que apenas cubre la mitad de la canasta básica (teniendo en cuenta que el 75% de los trabajadores ni siquiera cobra eso) ¿se debe a la corruptela de los altos funcionarios del Estado?

Valga decir que el Estado guatemalteco se queda con apenas un 10% de toda la riqueza generada en el país (es decir: esa es su carga fiscal, la segunda más baja en Latinoamérica, Dicho de otro modo: la clase acomodada es la que más impuestos evade. En el Norte los Estados recaudan hasta un 60% del PBI). ¿Quién se queda con la mayor parte de esa riqueza: los funcionarios corruptos, o la oligarquía? 

Luchar contra la corrupción, tal como ahora parece haberse ¿puesto de moda?, es algo “políticamente correcto”. Encomiable incluso. Pero tiene el inconveniente de no servir realmente para modificar la estructura de base. En la actualidad se ha establecido en la agenda política del país (¡no lo estableció la población protestando en la calle!, lo establecieron los medios de comunicación) una lucha frontal contra la corrupción. No paramos de repetir eso como una nueva actitud. ¿Cuánto se pierde anualmente con ella? ¿Alguien dispone de ese dato? “Los políticos se roban todo”, no es infrecuente escuchar. ¿Qué porcentaje real queda en los bolsillos de la burocracia de Estado? ¿Es esa la verdadera causa de la pobreza histórica de Guatemala? 

¡Cuidado con los espejitos de colores! 

viernes, 3 de junio de 2016

¿Refundación del Estado o revolución?



Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com 
https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

Algunos años atrás se hablaba de lucha de clases. Hoy, de democracia. Para aquella época –unas dos o tres décadas atrás– se hablaba de poder popular; hoy se habla de participación ciudadana. Años atrás se hablaba de Marx, con x al final; ahora se habla de Marc’s (métodos alternativos de resolución de conflictos). Antes se hablaba de revolución. ¿Ahora se habla de refundación del Estado?

La derecha política se ha ido apropiando paulatinamente de lo que años atrás era el discurso de la izquierda. Eso es gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada. Hoy, abiertamente y sin ningún temor, los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional pueden denunciar la situación económica del mundo y hablar de lucha contra la pobreza. Eso puede parecer loable; pero ¡cuidado! Luchar contra la pobreza no es lo mismo que luchar contra la injusticia, contra las verdaderas causas que producen la pobreza.


En ese orden de cosas, hoy día en Guatemala comenzó a hablarse (demasiado insistentemente quizá) de “refundación del Estado”. Ante todo, como punto mínimo, partamos por definir qué es eso del Estado. Y ahí sigue siendo absolutamente válida la definición dada por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) en 1917 en su texto “El Estado y la revolución”: “Producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”. En otros términos: es el aparato que sirve para mantener la dominación de clase.

En cualquier parte del mundo, y en Guatemala en particular, podrá discutirse mucho sobre el carácter del Estado imperante. Pero en cualquier parte se repite siempre la misma función: el Estado es el garante de la explotación de una clase sobre otra. Para eso está, no para otra cosa. La provisión de servicios básicos es su responsabilidad, y a veces (en el Norte próspero) eso se cumple. En el Sur –y tomemos el caso de Guatemala– eso es una quimera. En el Norte los Estados tienen hasta un 60% de recaudación fiscal sobre el producto interno bruto. En el país centroamericano no llega al 10%. ¿Cómo podría funcionar así ese Estado? 

En otros términos: los Estados de los países pobres (la abrumadora mayoría del mundo) a duras penas brindan algún servicio, pero están siempre listos para mantener los privilegios de las clases dominantes (léase: reprimir la protesta popular). En Guatemala –típico banana country, plagado históricamente de dictaduras militares y corrupción, con una oligarquía extremadamente rica sobre la base de una población extremadamente pobre– el Estado estuvo ausente de la solución de los problemas básicos; Estado racista, centrado en la defensa de la agroexportación, de espaldas a la población indígena, sin la más mínima presencia en buena parte del territorio nacional (falta de escuelas, de centros de salud, de caminos, de planes de contingencia antes eventos naturales) no falló al momento de reprimir brutalmente durante la guerra interna. En otras palabras: no es un Estado fallido (término puesto de moda recientemente). Es un Estado ausente, que solo sirve para mantener inalterables las contradicciones de clase, los privilegios.

Poblaciones indígenas del Altiplano (pueblos originarios, pueblos mayas), eternamente sojuzgadas y olvidadas, quizá nunca conocieron un médico del Ministerio de Salud, pero sí tuvieron presencia del ejército cuando la clase dominante (y Washington) vieron una amenaza seria con el auge de las luchas populares y los movimientos guerrilleros en décadas pasadas. Ahí sí funcionó el Estado (la guerra, sin dudas, no la ganó el campo popular). Ese es el Estado que existe en Guatemala.

¿Refundarlo? ¿Cómo? ¿Para qué?

Refundarlo significaría algo así como empezarlo de nuevo. Pero ello no es posible, a no ser que haya un verdadero cambio en las relaciones de fuerzas de las clases sociales que caen bajo el paraguas de ese Estado, cosa que no ha sucedido. 

Para ejemplificarlo: terminaron los 36 años de guerra interna con un verdadero holocausto, con una cauda de muertos, desaparecidos y dañados única en todo el continente. Sobre la finalización de ese enfrentamiento armado se firman los Acuerdos de Paz, que en los papeles pueden mostrar la aspiración de una sociedad más justa y equilibrada. Ahora bien: esa firma fue una derrota encubierta para el movimiento revolucionario (¿disfrazada de relativo triunfo en los Acuerdos de Paz?). 20 años después de la misma, las cosas siguen prácticamente igual a como estaban antes del inicio de la guerra: 60% de la población bajo el límite de la pobreza, la oligarquía con su mismo beneficio de siempre, los pueblos originarios excluidos, y el Estado –salvo algunas cosméticas pinceladas de modernización– sigue tan alejado de las soluciones de la población como lo fue en toda su historia. ¿Por qué no se pudieron hacer cumplir los Acuerdos de Paz? (hoy días más recuerdos que otra cosa). Porque el campo popular y el movimiento revolucionario no tienen la fuerza suficiente para llevar a la práctica lo estampado en un papel. Es una simple (o complicadísima) cuestión de poder: ¿quién lo detenta realmente? ¿A quién representa el Estado? Al campo popular, definitivamente no.

Para ejemplificarlo: terminó la guerra y no hay ningún responsable de tamaño latrocinio. La impunidad sigue inalterable. El juicio al que fue sometido el ícono máximo de esas masacres, el general Ríos Montt, de donde salió una condena por delitos de lesa humanidad que fijaron una pena de 80 años de cárcel inconmutables, quedó anulado, y el referido militar solo una noche pasó en una prisión castrense. Una guerra monstruosa que dejó heridas psicológicas para varias generaciones, viudas, huérfanos, gente que lo perdió todo, prácticamente no tuvo por parte del Estado ninguna respuesta, dejando la reparación de tanto desastre en manos de la sociedad civil organizada en ONG’s.

En síntesis: el Estado actual, corrupto e ineficiente, es el mismo que viene manteniéndose desde la “independencia”. ¿Su refundación podría significar un cambio real en las relaciones de poder? ¿Quién garantizaría los cambios, con qué poder efectivo?

Como decíamos más arriba: hoy día pareciera que la derecha se apropia del discurso de la izquierda. Hablar de “refundar” el Estado puede parecer incluso algo progresista. Pero cuidado con los espejismos: ¿con qué poder real ejercer los cambios que las grandes mayorías –indígenas en lo fundamental– necesitan? Si en estos momentos hasta un personaje de la derecha como el ex presidente Serrano Elías –junto a militares que formaron parte de la represión– pueden hablar de refundación, como mínimo eso huele raro. O, al menos, como no confiable para el campo popular.

¿Con qué fuerza real cuentan el campo popular y las propuestas de izquierda para imponer una nueva agenda al Estado tradicional? ¿Con las movilizaciones urbanas del 2015? “El poder nace del fusil” decía Mao Tse Tung, como metáfora para explicar que los cambios reales necesitan un poder fáctico real, tangible, contundente, con lo que cambiar el curso de las cosas. Las declaraciones –tal como pudiera ser esto de la refundación– difícilmente alcancen.

Si se quiere cambiar algo en términos político-sociales, habrá que pensar en cambios reales en la correlación de fuerzas, en las relaciones de poder. Para instaurar el actual sistema capitalista liderado por la burguesía, en 1789 Francia marcó el camino: fue necesario cortarle la cabeza (figurada y literalmente) a los monarcas de turno, expresión de la sociedad feudal. No se refundó ningún Estado: se hizo una revolución y se instauró algo nuevo. Para cambiar algo realmente hay que hacer eso: destruir lo viejo y construir algo nuevo. Si lamentablemente se debe apelar a la violencia, parece que no hay otra salida (“La violencia es la partera de la historia”, dijo un decimonónico pensador).

¿Habrá que “refundar” o habrá que cortar de cuajo algo para que empiece una sociedad nueva?