viernes, 20 de febrero de 2015

La cultura del plagio Academia y “copia y pega”: un cáncer creciente. ¿Hacia una cultura del facilismo?



Marcelo Colussi

“Si tengo un libro que piense por mí, un pastor que reemplace mi conciencia moral, un médico que se encarga de mi dieta y salud, y así, sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo.”

Immanuel Kant

Palabras preliminares

También podríamos titular este texto como “Se venden tesis para graduarse”, o “¡Viva la corrupción! Hacia una cultura del plagio”. Lo que queremos provocar aquí es una reflexión en torno al modelo de sociedad que estamos construyendo con las tecnologías “hedonistas” que, día a día, pareciera van entronizándose sin retorno. Copiar íntegramente un texto y colocarlo dentro de otro cuando estamos estudiando, puede ser una maravilla técnica que nos ahorra engorrosos esfuerzos. Pero, ¿qué pasa cuando eso se convierte en el delito de plagio?

Para un porcentaje creciente de personas en el mundo es ya un lugar común en su cotidianeidad el “copia y pega” (o “copy and paste”, como suele decírsele con frecuencia, evidenciando así la presencia anglosajona que rige buena parte de nuestra vida actual en cualquier punto del planeta).

Esto es algo reciente, de apenas unos años para acá, yendo de la mano de la explosión de la era informática. En las generaciones inmediatamente anteriores a las actuales, aquellas que no conocieron aún la computadora ni el internet, las que aún utilizaban la máquina de escribir (si tenían la dicha de ser alfabetizadas, claro está), no era siquiera remotamente pensable el fenómeno (aunque también se hacía plagio, claro está).

Sin dudas se trata de un “fenómeno social”, de una formación cultural que va más allá de una práctica puntual determinada, de una moda o de un hábito irrelevante condenado a pasar sin pena ni gloria. No, nada de eso: todo indica que estamos ante una nueva matriz cultural. Sin ánimo de ridiculizarlo, podría decirse que el “copia y pega” llegó para quedarse.

Pero, entonces: ¿qué es este dichoso “copia y pega”? ¿Este “control c – control v” que aparece por todos lados?

La incorporación de las nuevas tecnologías cibernéticas en espacios crecientes de nuestra vida cotidiana tiene un valor tremendo, quizá similar a la aparición del fuego, de la agricultura, de los metales, la rueda o la máquina de vapor, esos elementos que sin lugar a duda son hitos definitorios de nuestra historia como especie. Al igual que pasó con todos estos grandes eventos, la aparición de la computación y su uso cada vez más masivo en la cotidianeidad, a lo que se agrega el internet como su complemento obligado, definen un nuevo perfil de sociedad, de modo de relacionarnos, y sin dudas también, de sujeto.

Las llamadas TIC’s –tecnologías de la información y la comunicación– tienen hoy una fuerza creciente y son las que marcan el camino en lo que cada vez más se conoce e impone como “sociedad de la información”. Sociedad, por cierto, que sigue siendo profundamente asimétrica, desbalanceada, y por tanto injusta, donde muy buena parte de la población planetaria aún no tiene resueltos problemas ancestrales (el hambre, la vivienda, el acceso a satisfactores básicos) y donde estas innovaciones no llegan: mientras la informática define cada vez más la marcha de los grupos que fijan la vanguardia de la especie humana, mucha gente aún no dispone de energía eléctrica, no tiene acceso a un teléfono, y más aún, sigue siendo analfabeta. Hoy por hoy, no más de un 20% de la población planetaria usa internet, pero no obstante esas profundas asimetrías, estas tecnologías crecen a velocidades vertiginosas y, como dioses omnipotentes, fuerzan a seguirles no importa a qué precio. El mito del “progreso infinito, sin retorno” se ha impuesto y no tiene marcha atrás.

El ámbito de la informática, por tanto, va definiendo nuestro mundo, nuestra vida, nuestra forma de movernos en ese mundo. Cada vez más la computadora y una conexión a la red de redes, el internet, moldean nuestra humana existencia. Para infinidad de cosas (informarnos, divertirnos, producir, realizar compras, buscar amigos, hacer el amor, calcular la trayectoria de una nave espacial o separar la basura orgánica de la inorgánica, etc., etc.…) dependemos cada vez más de su uso. Tal como parece indicar esa tendencia, dentro de no muchas generaciones habremos asistido a cambios profundos, seguramente irreversibles, en las características generales de nuestra cultura teniendo a estas tecnologías como eje definitorio de lo que hacemos y dejamos de hacer. Por ejemplo, según estimaciones de la UNESCO, dentro de no muchos años lo que entendemos por educación formal tradicional basada en la institución escolar presencial habrá cambiado perdiendo protagonismo frente a estas nuevas modalidades virtuales, no siendo nada improbable que la escuela física, en todos sus niveles, vaya tendiendo a su desaparición. Así como sucederá –o ya está sucediendo– con los documentos impresos. El periódico y el libro pareciera que están condenados a su desaparición en un tiempo no muy lejano. De hecho, la prensa escrita y la correspondiente industria gráfica que la soporta no crecen; por el contrario, grandes diarios del mundo van extinguiéndose. Y el libro virtual, de momento lentamente, ya comienza a perfilarse como la nueva modalidad. ¿En cuántos años más pasará a ser pieza de museo, como ya lo son hoy grandes inventos de la modernidad, como el telégrafo, la máquina de escribir, el diskette? ¿Ya está pasando eso, incluso, con el correo electrónico, superado por las llamadas redes sociales?

La pantalla de una computadora, tal como van las cosas, será nuestro marco de referencia total, donde miraremos todo, donde nos educaremos desde nivel preescolar hasta los doctorados, y de la que dependeremos en forma creciente para todo. Y aunque mucha gente en el mundo aún no tiene siquiera energía eléctrica, mucho menos acceso a una computadora e internet, de todos modos también pasa a depender de esa cultura global asentada en los chips y en lo multimediático. Las guerras en el África, por ejemplo, en buena medida tienen que ver con la búsqueda de coltán para los microprocesadores, aunque los niños africanos no tengan idea qué es un chip ni un satélite geoestacionario.

Una rápida conclusión que puede extraerse de lo dicho es que, merced a esa primacía de lo audiovisual, cada vez leemos menos. Leemos menos o, quizá, leemos de otra manera. La erudición intelectual ya no se expresará a partir de cuántos libros se llevan leídos sino de la cantidad de información que se maneja. La cultura de lo virtual, de la pantalla de los multimedia, marca el camino (hoy día: pantalla plana de plasma líquido de alta definición, tanto de una computadora personal como de una portátil, o de una tabla, las cuales van dejando atrás lentamente al omnipotente televisor; o de un teléfono móvil inteligente, ya más cercano a una central de procesamiento de datos que a un aparato para hablar a distancia, sin contar con las nuevas modalidades que el mercado irá ofreciendo –obligando a consumir, mejor dicho–). En ese clima audiovisual dominante es que se inscribe la cultura del “copia y pega”.

El omnipresente “copia y pega”

Con las nuevas tecnologías informáticas, definitivamente leemos menos. O al menos, leemos menos libros. Si a mediados del siglo XX, cuando nacía la televisión, Groucho Marx pudo decir sarcásticamente de ella que “sin dudas es muy instructiva… porque cada vez que la prenden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, hoy día el peso de la cultura audiovisual es inconmensurable y, quizá parafraseando al agudo humorista estadounidense, podríamos decir que nos la pasamos “copiando y pegando”, pues ya no nos vamos al cuarto contiguo a leer.

Hay que reconocer que la cultura que traen estas nuevas tecnologías de la información y la comunicación sin dudas agradan, son muy amigables, entran muy fácilmente en el público. ¿Quién de los que ahora están leyendo este texto no ha jugado alguna vez juegos electrónicos? ¿Se habrán apasionado quizá? ¿Cuántos no se han apasionado por ellos dedicándole horas, o dedicado horas a bajar pornografía restándole tiempo a la lectura? Con toda neutralidad y desapasionamiento hay que reconocer que lo audiovisual penetra mucho, quizá más que la lectura. La universalización del documento impreso que posibilitó la imprenta moderna disparó la alfabetización por todo el mundo. Fue en ese marco que Cervantes hizo decir a don Quijote que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Verdad incontrastable, sin dudas. Verdad de la época en que era impensable un “copia y pega”. Pero más aún se divulgó, se impuso y cambió la manera de relacionarse con el mundo el ámbito de lo audiovisual. La lectura se popularizó y se universalizó en estos últimos siglos, pero mucho más lo hizo la cultura derivada de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. No en todas las casas hay libros… ¡pero sí hay televisores! Como van las cosas, podríamos decir que no en todas las casas en un futuro habrá libros, ¡pero sí computadoras con conexión a la red! Y la tendencia dominante indica que es más fácil que una cultura ágrafa, de las que todavía existen algunas pocas en el mundo confinadas en parajes remotos, en general en la espesura de selvas tropicales (los antropólogos calculan alrededor de cien pueblos que aún se mueven en el pre-neolítico, sin agricultura), pueda pasar con mayor comodidad a la computación y al internet que a la cultura del libro impreso. En muchos países “sub-desarrollados” no se mejora la dieta alimenticia… ¡pero se tiene teléfono celular!

Ante el primado del “copia y pega” que se va imponiendo, una primera reacción –no de las generaciones jóvenes, hay que recalcar– es un grito de alarma: “¡se lee cada vez menos! ¡Sólo se copia y se pega! ¿Dónde iremos a parar?” A un joven, a alguien nacido y criado en la cultura informática de estos últimos años (un llamado “nativo digital”), a alguien que se le hace más común buscar una palabra desconocida en una enciclopedia virtual con algún motor de búsqueda que consultar un diccionario de papel yendo a una biblioteca, seguramente no le parece nada descabellado copiar y pegar lo que vio en una pantalla. En definitiva: ¿por qué habría de parecerle así?

No puede decirse, de ningún modo, que las sociedades basadas en estos nuevos soportes de las llamadas tecnologías de punta, tecnologías de la información y la comunicación, sean menos educadas que las que se formaron en la cultura libresca de la modernidad capitalista. Esa visión no es sino la expresión de un concepto bastante restringido, que toma como referente la modernidad europea, donde la imprenta y la alfabetización marcaron una época, pero que no son el único modelo posible. Sin dudas la popularización de la lectura representó un avance fenomenal en la historia de la humanidad, en tanto universalizó los saberes, pero es un poco limitado pensar que sólo la cultura basada en la lectura de papeles es válida, o incluso: “la mejor”. Existen muchas posibilidades para desarrollar los saberes. La computadora y el internet son instrumentos válidos, interesantes, prometedores, por lo que sería tonto pensar que sólo producen “copiadores” y “pegadores” vacíos. Plantearlo así es, como menos, ingenuo –por no decir equivocado–.

Aunque ello es un riesgo posible, sin dudas. Y no debe dejar de considerárselo. Por el solo hecho de ser novedosa, una tecnología no forzosamente es buena, mejor que la anterior. Hoy, en el medio de una ya más que impuesta cultura consumista ávida de novedades, existe la tendencia a endiosar los productos nuevos, el último grito del mercado. Sabemos que eso no necesariamente significa mejoramiento. Significa, ante todo –y muchas veces sólo– buenas ventas para el fabricante. De todos modos, más allá de la moda que pueda haber en juego (las multinacionales que manejan los mercados imponen el consumo voraz de nuevos equipos de computación, nuevos programas, nuevas tecnologías “exitosas”, con una velocidad cada vez más vertiginosa), en sí mismo estos avances no son, para decirlo de un modo quizá demasiado simplificado, ni buenos ni malos. Son instrumentos. Lo cierto es que la profundidad y masividad de las nuevas técnicas informáticas y comunicacionales son tan grandes que, sin lugar a dudas, marcan caminos difíciles de evitar.

Academia y “copia y pega”

Poner el grito en el cielo porque ahora, por ejemplo, los jóvenes “sólo copian y pegan” es, como mínimo, discutible. ¿Acaso antes de la aparición de estas tecnologías cibernéticas todo el mundo producía teoría? ¿Acaso la erudición era el pan nuestro de cada día en cada estudiante o en cada graduado en cuanta aula había en el planeta? La existencia de libros, ¿asegura que todo el mundo tiene acceso a ellos? Sabemos que el analfabetismo sigue siendo una cruda realidad en el mundo, y sabemos también que pese a que existan cantidades de libros dando vueltas por el planeta, aunque tengamos la posibilidad de leerlos, no todos leemos (se prefiere quizá hablar, o hacer deporte, o mirar televisión pese a la crítica de Groucho Marx, o pasar horas en alguna red social), o leemos mal, o leemos lo mínimo indispensable. Por lo pronto el auge monumental de las llamadas redes sociales nos confronta con horas y horas diarias dedicadas al solaz audiovisual pero no a la lectura, o a la lectura crítica propiamente dicha. El hecho que Twitter, una de las más populares redes sociales, admita textos de no más de 150 caracteres dice mucho.

No está de más recordar que los libros que más se venden hoy día a nivel mundial son los de autoayuda. Algo así como, valga la comparación jocosa,… horóscopos. ¿Somos tan falibles, débiles y mediocres que necesitamos esos apoyos? Bueno… pareciera que sí, a estar con las ventas reales constatables. La cultura del libro, o de documentos en papel (también se leen diarios, pero no olvidar que en muy buena medida se leen las páginas deportivas, las policiales, y también los horóscopos) no asegura una excelencia académica. Leyendo papeles no hay “copia y pega”, pero también puede haber mucha mediocridad.

Ahora bien: debe hacerse notar que la tecnología, en sí misma, tiene un valor instrumental, no es “buena” ni “mala”. En todo caso, depende de para qué se la usa. De todos modos, las TIC’s tienen la particularidad de haber creado una cultura sumamente particular. Por supuesto, resuelven interminables problemas de la vida cotidiana. He ahí su extraordinario portento, por supuesto. Pero al mismo tiempo inauguran una civilización que puede llamar a la reflexión. En relación a la lectura, no son lo que más la fomente precisamente. Por el contrario, la entrada triunfal y sin cuestionamientos del “copia y pega” a nuestras vidas debe abrir preguntas: ¿vamos bien por ese camino?

Vale hacerse la pregunta porque en el ámbito académico esta nueva modalidad ya ha dado lugar a numerosos procesos más rayanos en el delito que en la construcción de gloriosos avances. Son muchos los personajes (presidentes, ministros, jueces, connotados políticos, personalidades públicas) que han incurrido en el omnímodo “copia y pega”, encontrando como respuesta… el escarnio que les costó el puesto o la defenestración: Annette Schavan y Karl Theodor zu Guttenberg en Alemania, Jorge Glas en Ecuador, Victor Ponta y Pál Schmitt en Hungría, Manuel Baldizón en Guatemala, Alejandro Blanco y Manuel Cervera en España, Vladimir Gruzdev y Pavel Astajov en Rusia, María Salomé Sánchez en Colombia, César Hinostroza Pariachi en Perú. Estos son ejemplos de personas con ribetes públicos; casos de desconocidos seguramente deben contarse por decenas, o cientos. Para muestra: lo que a mí también me sucedió (y me incluyo entre los desconocidos, con el agregado de no ser, precisamente, de los más brillantes en términos académicos). En el año 2008 publiqué una pequeña reflexión sin mayores pretensiones científicas en el portal Rebelión: Migraciones, ¿un problema en el siglo XXI?. Años después encuentro que un trabajo de tesis de grado de una universidad de la ciudad de Loja, Ecuador (tenida por la “capital cultural del país”), en el año 2010, hace uso de buena parte de ese material mío. ¿Plagio?

En definitiva: esta tendencia actual del “copy-paste” que han instaurado las nuevas diosas tecnológicas no es sino un aspecto instrumental. Las tecnologías, en sí mismas, no son sino eso: herramientas, ayudas para la vida. La cultura virtual que se va imponiendo a pasos agigantados no es éticamente valorable como positiva o negativa. Es un ámbito que se abre. Puede dar lugar a la más mediocre masificación manipulada desde los centros de poder –¿no es eso lo que instauró la escuela moderna masificada con el uso del libro acaso, una institución productora y reproductora del sistema capitalista?– o puede dar lugar también a una instancia liberadora, como el sitio electrónico donde ahora aparece este material. Pero no puede dejarse de mencionar con la más enérgica fuerza del caso que el hedonismo implícito en estas tecnologías digitales facilita demasiado la improductividad. Si uno de los sitios más visitados por estudiantes (¡y también profesores!) tiene por nombre nada más y nada menos que “El Rincón del Vago”, ello nos puede alertar sobre lo que está en juego: no siempre las tecnologías de avanzada son ventajosas. ¿Acaso fomentar el plagio es ventajoso? ¿Debería yo, por ejemplo, promover un juicio porque fui plagiado o, quizá más académica y científicamente, llamar a la reflexión sobre el peligro en juego?


Ojalá, en todo caso, copiemos y peguemos todo lo que pueda ayudar a abrir los ojos, a fomentar pensamiento crítico. Pensemos en el borde que existe entre aprovechar una tecnología (¡la cantidad de fichas hechas a mano que nos puede ahorrar el copia y pega es fabuloso!) y el delito. El capitalismo mafioso y corrupto actual, basado en las finanzas, la especulación, la guerra y la narcoactividad como sus pilares fundamentales (¿delito?) ¿se corresponde también con una cultura mafiosa y corrupta como puede ser la del “copia y pega”? Si es así, leamos de nuevo muy concienzudamente la cita del epígrafe. Y reflexionemos que si dejamos de pensar por nosotros mismos, alguien más lo hará por nosotros. ¿Hacia eso vamos? La cuestión es: ¿quién pensará por nosotros? La respuesta puede ser escalofriante.

domingo, 1 de febrero de 2015

Migraciones: ¿problema para quién?*



Marcelo Colussi

Resumen
Las migraciones han existido siempre en la historia. Podría decirse que si algo caracteriza a la especie humana es su afán de búsqueda, de descubrimiento; de ahí que emigró y cubrió todo el planeta. En ese sentido, las migraciones son un fenómeno positivo. Pero, desde hace ya unas décadas, la arquitectura de la sociedad planetaria globalizada encuentra en las migraciones un problema cada vez más grave. Millones y millones de personas huyen desesperadas de la pobreza y/o la guerra, para intentar llegar a las islas de prosperidad. En la actualidad, la situación se tornó casi inmanejable. Pero hay una doble moral en el discurso dominante proveniente del Norte: pone frenos a la emigración, y al mismo tiempo se aprovecha de ella como mano de obra barata. Una visión romántica que busque un perfil más “humanizado” en los receptores no ayuda a cambiar las cosas. El núcleo pasa por cambiar la estructura que expulsa cada vez más gente.

Palabras clave
Migraciones, pobreza, guerra, indocumentados, xenofobia.
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Las migraciones humanas son un fenómeno tan viejo como la humanidad misma. De acuerdo con las hipótesis antropológicas más consistentes, se estima que el ser humano hizo su aparición en un punto determinado del planeta y de ahí emigró por toda la faz del globo. De hecho, el hombre es el único ser viviente que ha emigrado y se ha adaptado a todos los rincones del mundo.

Las migraciones no constituyen una novedad en la historia. Siempre las ha habido y generalmente han funcionado como un elemento dinamizador del desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios años con una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién? Y, secundariamente, en tanto problema a resolver, esbozar alternativas posibles.

Las aristas del fenómeno

La gente ha migrado históricamente de un sitio a otro: forzada por las circunstancias algunas veces, y voluntariamente otras. En estos últimos casos, la población migrante buscó nuevos horizontes simplemente movida por el humano afán de conocer cosas nuevas, del descubrimiento, de la aventura.

Las emigraciones forzosas se han debido a diversas causas, pero en general puede afirmarse que aparecen ligadas a contingencias naturales: catástrofes, hambrunas, empeoramiento en las condiciones de habitabilidad de una región.

Sólo recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión masiva, de proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero más aún: pobreza. Sólo en la segunda mitad del siglo XX puede decirse que empieza a constituirse en un verdadero problema, perdiendo definitivamente su carácter de factor de progreso, de aventura positiva.

Si bien es cierto que el movimiento voluntario de población sigue existiendo (pequeño, ocasional), y que no faltará ya hoy día quien esté pensando instalarse próximamente en alguna base terrícola en algún punto del cosmos, las características de aquello a lo que actualmente asistimos llaman a la reflexión.

Una concepción realmente amplia del desarrollo humano, que no ligue el bienestar exclusivamente a la adquisición de objetos materiales, y que contemple como algo igualmente medular el respeto de las libertades individuales y el cuidado del ambiente, debe interrogarse acerca de fenómenos tan masivos y contundentes que irrumpen en lo social, rompiendo el equilibrio general, tales como la narcoactividad (actualmente uno de los principales negocios en la economía mundial), la violencia generalizada (la producción y venta de armamentos constituye el primero), la amenaza nuclear, el desastre ecológico, la actual pandemia del SIDA. Entre estos fenómenos se inscribe necesariamente el de las migraciones actuales, masivas y sin freno.

Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.

La dinámica social en curso, curiosamente, aunque se amplíe en potencialidades productivas, en tecnologías más efectivas, en racionalidad, no termina de resolver problemas ancestrales de la humanidad en cuanto a mejoramiento de las condiciones de vida, sino que por el contrario para una gran mayoría las empeora.

La llamada “era industrial” provocó las oleadas de migración voluntaria más grandes que hasta entonces se habían producido. La búsqueda de prosperidad que empezó a ofrecer el capitalismo en su proceso de crecimiento, movió enormes contingentes de población rápidamente. Algo similar sucedió recientemente en la República Popular China, llevando inmensas masas campesinas hacia los centros industriales.

Países enteros comenzaron a nutrirse de los inmigrantes y algunos construyeron su grandeza sobre esa base: quizás los Estados Unidos de América son el ejemplo más elocuente. Continentes enteros se modificaron merced a esos movimientos de población. Expandido el industrialismo y la sociedad de alto consumo material por prácticamente todo el orbe, desde la segunda mitad del siglo XX fueron alternativamente apareciendo nuevos focos de prosperidad que, a su turno, atrajeron migrantes: Canadá Australia, Nueva Zelanda, zonas francas dentro de países, como Manaos en Brasil o Hong Kong en China.

La industrialización de las sociedades, y por tanto el crecimiento de la ciudad en detrimento del campo, tiene en curso un proceso migratorio en todo el mundo que no da miras de detenerse. Estas migraciones, que de alguna manera fueron el insumo que necesitó la industria para expandirse en un primer momento, no dejan de ser un problema social creciente, por cuanto el número de personas reubicadas en las ciudades supera grandemente las posibilidades de asimilación de nuevos habitantes que ellas tienen. Un proceso de algún modo similar se da en el movimiento Sur-Norte, desde países pobres hacia la metrópoli desarrollada.

Las oleadas de tercermundistas indocumentados se muestran imparables y quizás ésta, más que ningún otro tipo de migración, es la que alarma al status quo central. En todos estos casos, vemos que hay un interés del migrante por desplazarse desde una situación comparativamente más desventajosa (material, social, culturalmente) hacia una más beneficiosa.

Las guerras, quizás las peores catástrofes no naturales, han sido desde siempre un factor determinante de migraciones. Pero las llamadas “guerras de baja intensidad” de las últimas décadas, incluidas aquellas desarrolladas en el marco de la Guerra Fría (la Tercera Guerra Mundial para algunos), entre las que se cuentan toda suerte de persecuciones por cualquier disensión, han dejado un saldo de migrantes forzosos como nunca antes se había contabilizado. Seguramente contribuye a estos movimientos cada vez más masivos de población, la proliferación de comunicaciones más desarrolladas en todo el mundo, que achican distancias, globalizando y homogeneizando posibilidades y alternativas.

Podría aventurarse la idea de que los conflictos armados y las persecuciones provocan tantas migraciones porque, a partir de la explosión demográfica del último siglo (por ahora siempre en aumento), cada vez hay cantidades más inconmensurables de gente en el planeta, y más aún en las zonas donde generalmente tienen lugar esos hechos violentos.

Por tanto, una reubicación de un grupo poblacional que hace algunos siglos atrás hubiera pasado inadvertida o no hubiera tenido un impacto relevante, hoy día alcanza a veces ribetes trágicos. Más aún si se da, como de hecho ocurre, en las áreas más pobres y marginadas del mundo, menos preparadas por tanto para hacer frente a situaciones tan adversas.

La Segunda Guerra Mundial, más allá del desastre que en sí misma representó para quienes la sufrieron directamente en Europa, no provocó un éxodo irrefrenable de población hacia nuevos horizontes. Pero todo conflicto armado acaecido en el Tercer Mundo tiene como consecuencia inmediata, además de la pérdida de vidas y de bienes materiales, movimientos poblacionales donde se huye de situaciones generalmente irreversibles en el corto y mediano plazos, en las que se combinan el desastre de la guerra con la precariedad heredada desde siempre.

Tales movimientos, si bien son una forma de preservar la vida en lo inmediato, producen posteriormente problemas de reasentamiento definitivamente insolubles, por lo que conflictúan aún más las ya sufridas sociedades donde tienen lugar. En estas migraciones, prácticamente forzosas, se huye por una imperiosa necesidad de sobrevivencia.

Las cifras globales indican, elocuentemente, que las migraciones, ya sea por interés, ya por necesidad, aumentan; y no sólo en valores absolutos (cada vez hay más población en el mundo) sino también en términos relativos, lo cual es un indicador de que algo especial sucede.

¿Por qué emigra cada vez más gente?

Es claro que, dada la actual cantidad de humanos sobre el planeta, cualquier fenómeno masivo debe contabilizarse en términos monumentales. Pero esto no alcanza para explicar el por qué de la masividad de las migraciones. Pareciera que, crecientemente, hay más interés al igual que más necesidad de emigrar. Pero, observando más detenidamente el fenómeno, vemos que el interés (nos referimos al migrante voluntario, que fundamentalmente es migrante económico) se reduce también a necesidad.

La gente huye de la miseria: del área rural a la ciudad, de los países pobres a la prosperidad del Norte, al igual que huye de las guerras, de las persecuciones políticas, de las cacerías humanas, cualquiera sea su naturaleza. Ahora bien, si el número de huidos aumenta (ya sea en forma de desplazados, refugiados, exiliados, de habitantes de barrios marginales en las ciudades o de inmigrantes ilegales en las sociedades más ricas) esto está indicando que las condiciones de vida, de donde proviene tanta gente, expulsan en vez de permitir un armónico desarrollo.

Con la globalización en curso, a la que actualmente todos asistimos, es posible pensar que las fronteras del Estado-nación moderno puedan tender a debilitarse y que los desplazamientos de población para fines de crecimiento personal (económico, cultural) entre un punto y otro del orbe sean paulatinamente más comunes.

Pero esto no deja de ser un movimiento que no altera la estructura misma del edificio social: los negocios son y serán cada vez más marcadamente transnacionales, al igual que la cultura, las modas, los hábitos cotidianos, las distintas formas de poder y las políticas de control. No es impensable que, dentro de algún tiempo, grandes áreas del mundo sean la casa común para millones de habitantes (Europa, por ejemplo, apuesta a ese proyecto). Pero los desplazamientos humanos que allí tengan lugar no podrían ser considerados migraciones (un pasaporte común, un destino común; las migraciones no son eso).

¿Qué tienen de especial las migraciones masivas a las que nos referimos? En el hecho migratorio deben considerarse tres elementos: el migrante, el lugar de donde emigra y aquel a donde llega. Cada uno de estos polos tiene su especificidad propia. Cada tipo de migrante (el latinoamericano que se va “mojado” a Estados Unidos, o el sobreviviente de un terremoto que es reubicado por sus autoridades gubernamentales en una nueva región del país, o aquel que alcanza a cruzar la frontera para escapar a un régimen dictatorial sangriento, etc.) tiene una historia personal y colectiva que le hace sobrellevar esa transformación en su vida, con mayor o menor suerte.

De hecho, cualquier gran cambio existencial provoca una conmoción subjetiva que cada quien sobrellevará como mejor pueda, no faltando ocasiones en que algunos no podrán procesar todo lo nuevo, reaccionando con distintos tipos de descompensaciones (sintomatología psicológica, desadaptación a las nuevas condiciones, duelo perpetuo por lo perdido). Este es un nivel del problema: el problema concreto para cada migrante.

Por otro lado, y siempre funcionando como un problema, se encuentra el medio que fuerza la emigración: algo irrumpe o actúa como distorsionador en la vida normal provocando las condiciones para abandonar, temporal o definitivamente, el lugar de origen. Pueden ser catástrofes naturales, guerras, pobreza, etc., pero para quien lo padece, ello tiene en todos los casos el valor de problema insoluble, cuya única alternativa es la evitación.

Finalmente, también es un problema el proceso de llegada del emigrante a su nuevo destino, no sólo para él (¿cómo se adaptará, cómo soportará la pérdida?) sino también para el entorno en el que se reinstala. A veces el nuevo medio acoge solidariamente, pero muchas otras no, creándose tensiones entre recién llegado y nativo. El proceso de reubicación no deja de ser un enorme problema, y en ocasiones más complejo que los otros.

Lo distintivo en las migraciones actualmente, además de su tamaño, es el hecho de constituirse como problema para todos los factores que hacen parte de ellas, en virtud de su desorganización, de su desorden, de la pérdida de su condición constructiva. Hace tiempo que las migraciones dejaron de ser un motor beneficioso para las sociedades. Por el contrario, en un mundo en el que, agigantadamente, en vez de resolverse problemas cruciales, se entroniza la tendencia a dividir entre aquellos que “se salvan” y los que “sobran”, las migraciones (como recurso desesperado de muchísimos) son un calvario que, globalmente consideradas, no salvan a nadie sino que empeoran las condiciones de todos.

Migraciones: un problema a resolver

En las actuales migraciones, entre las que destacan por sobre todo aquellas derivadas de la pobreza, hay varios niveles de problema. Hoy, dadas las características del fenómeno, nadie se beneficia de esos movimientos sino que, por el contrario, se crean problemas comunes exclusivamente. Quizás sólo el migrante, en tanto escapa de una situación muy desfavorable, se beneficia en parte, sin contar con todos los problemas que le trae aparejado un cambio brusco de vida y el abandono de su lugar.

Pero en definitiva, la experiencia lo enseña, la gran mayoría de población movilizada termina integrándose a sus nuevas condiciones, más allá de la amargura de la añoranza. Lo que está claro es que el fenómeno migratorio en su conjunto (quizás podríamos atrevernos a decir que no sólo por lo desorganizado, sino también por lo “escandaloso” que ha pasado a ser) está denunciando una falla estructural del sistema social que lo produce. Las grandes capitales del Tercer Mundo reciben en conjunto diariamente alrededor de mil personas que migran desde el área rural; y algunos miles llegan cada día ilegalmente desde el Sur a los países desarrollados. ¿Hay una solución para esto?

La voz de alerta respecto al tema ya se ha dado desde hace algún tiempo en todo el mundo. Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que emigran son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa, que comienza a ser invadida, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.

Si efectivamente consideramos que las migraciones en condiciones de huida, tal como se van dando constantemente, son un problema (social, humano, ético, económico o como lo queramos considerar), se impone hacer algo al respecto. De hecho, hay varias respuestas en curso; de acuerdo al nivel del problema enfocado habría al menos tres posibilidades: a) trabajar con el emigrante; b) accionar sobre el punto de donde sale; y c) intervenir en el punto de llegada.

Quizás lo más sencillo, pero no por ello lo más efectivo, es actuar en el lugar de llegada de las corrientes migratorias, simplemente cerrando fronteras para impedirlas. Esto, si bien se hace (y con alarma hay que denunciar que es una tendencia creciente en vastos sectores de los países ricos, llegándose a extremos cavernícolas de xenofobia en algunos casos) no es una respuesta al problema sino, simplemente, una forma de sacárselo de encima. Pedir que no lleguen más inmigrantes a un país es, exclusivamente, preservar la situación de ese país despreocupándose del problema de otros.

Otra posibilidad, y de hecho la más desarrollada, es trabajar directamente con la población migrante, tanto en el proceso de instalación en su nueva morada como en el eventual regreso hacia su lugar de origen. En general, aquí es donde se concentran todos los esfuerzos de las diversas agencias, gobiernos e instituciones varias que se dedican al fenómeno. Ayuda humanitaria para los traslados, acompañamiento, facilidades en los desplazamientos, asesoría y apoyo en los nuevos asentamientos, programas de desarrollo para los reinstalados, son algunas de las variantes más usuales en los servicios prestados a la población migrante.

Todo ello tendiendo a hacer del hecho migratorio algo digno y constructivo, pero sin entrar a cuestionar el por qué del mismo.

La tercera opción, tal vez la más difícil de encarar, es apuntar a ver por qué se emigra y a solucionar en el sitio expulsor los problemas que fuerzan a abandonar el terruño. Con esto habría que estar abordando problemáticas tan complejas como la pobreza o la guerra. Seguramente sea imposible impedir las migraciones (¿quién y cómo eliminará las causas anteriores?); pero tal vez pueda ser útil ampliar el debate para profundizar estas temáticas.

Pese a que las organizaciones dedicadas a atender migrantes no tengan, en principio, respuesta efectiva a cuestiones tan complejas, es necesario plantearse seriamente qué nos está diciendo este fenómeno. Si tanta gente huye de su situación cotidiana, ello debe llamar a la reflexión inmediata: ¿es tolerable un mundo que integra a algunos y marginaliza a tantos? Las migraciones actuales ¿no nos están hablando de poblaciones “excedentes” en el planeta? Y ¿qué mundo puede ser este donde haya gente “de sobra”? Obviamente, los modelos de desarrollo en juego hacen agua, por lo que hay que replantearlos.

Migraciones y migrantes: una mirada crítica

Las penurias que deben pasar los migrantes en su marcha hacia la supuesta salvación son enormes, terribles. En estos últimos años de crisis sistémica, esas penurias se acrecentaron. Y justamente por esa crisis global del sistema capitalista, las condiciones de recepción de migrantes en el Norte se ponen cada vez más duras, más denigrantes incluso.

Hay ahí una doble moral en juego: por un lado se aprovecha la mano de obra barata, casi regalada, que llega a los bolsones de desarrollo en el Norte; y por otro, se le pone trabas cada vez mayores, alentándola a no migrar.

Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores oriundos de los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del Sur busca no sólo desestimularlos sino también, básicamente, chantajearlos, pagando salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de super explotación.

El antiguamente llamado “ejército de reserva industrial”, es decir: las poblaciones desocupadas y siempre listas a trabajar por migajas, no ha desaparecido. Hoy se presenta como fenómeno global, mundial. Se lo declara problema, pero al mismo tiempo es lo que ayuda a mantener bajos los salarios.

No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los migrantes una verdadera pesadilla. Luego, si sobreviven a condiciones extremas y logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón), su estadía allí, en general en condiciones de irregularidad, aumenta la pesadilla.

Ahora bien –y ahí está el sentido último de este escrito–, permítasenos esta reflexión: suele levantarse la voz, lastimera por cierto, en relación a las penurias de los migrantes indocumentados. Suele decirse que la vida que llevan en los países del Norte es deplorable, lo cual es cierto. Y suele exigirse también un mejor trato de parte de esos países para con la enorme masa de migrantes irregulares.

Todo eso está muy bien. Es, salvando las distancias, como preocuparse por la situación actual de los niños de la calle. Pero ese dolor, expresado en la lamentación por la situación de esas poblaciones especialmente vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes indocumentados, la niñez de la calle) queda coja si no se ve también la otra cara del problema: ¡la verdadera y principal cara! ¿Por qué hay millones y millones de migrantes que escapan de sus países de origen, forzados por la situación económica? La cuestión no es tanto pedir un trato digno en los países de llegada, sino plantearse por qué deben escapar.

En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante, ¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural que los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida los legalicen no está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?

Del mismo modo que nadie debe discriminar ni castigar a un niño de la calle (él es el síntoma visible de un proceso social mucho más complejo) del mismo modo nadie debe excluir, segregar o maltratar a un migrante en condición de irregularidad. Pero ¡cuidado!: si alguien tiene que salir huyendo de su sociedad natal porque ahí no puede sobrevivir, es ahí donde hay que trabajar para cambiar esa injusta y deplorable situación. Llorar por los efectos visibles puede ser muy bien intencionado, pero poco efectivo para afrontar con posibilidades de éxito las inequidades.

Todas estas preguntas, aparentemente alejadas en principio de respuestas prácticas concretas, deben ser el fundamento de nuestras acciones en torno al tema de las migraciones.

En definitiva, el debate teórico serio (creemos que imperioso) sobre todo esto es lo que mejor puede encaminar las futuras intervenciones. Recordemos las palabras de Einstein, famoso inmigrante judío: “no hay nada más práctico que una buena teoría”.

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Bibliografía

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* Material aparecido originalmente en la Revista “Análisis de la Realidad Nacional” del Instituto de Análisis de Problemas Naciones de la Universidad de San Carlos de Guatemala -IPNUSAC- N° 66. Guatemala, 2015